2a – Hijos de Creyentes
Hay una realidad sociológica que no podemos ni debemos ignorar. En nuestras congregaciones hay un número creciente de personas que son segunda e incluso tercera generación de evangélicos. Se trata de muchachos y muchachas que por decirlo de alguna manera no vienen directamente del mundo, no provienen de un ambiente no cristiano o secular, sino que se incorporan a nuestras iglesias porque sus padres se convirtieron y ellos ya han nacido en un contexto evangélico. Es precisamente, cuando aumenta el número de hijos de creyentes en nuestras iglesias, cuando comienza la deserción de los mismos. El proceso incluso se ve agravado por la existencia de una tercera generación de evangélicos, hijos de los hijos de aquellos que una vez abandonaron el mundo.\n\n¿Qué quiere decir todo esto? Fundamentalmente que han habido dos generaciones de evangélicos que han accedido a la información relacionada con la fe y el Evangelio no por una decisión propia sino como consecuencia de una herencia cultural familiar. Estos jóvenes han crecido desde pequeños conociendo y teniendo acceso a toda la información que permite a una persona ser cristiana, han tenido numerosas oportunidades de formación y recibir instrucción y familiarizarse con la fe que puede otorgarles la salvación.\n\nEsto, sin embargo tiene unas ventajas y tiene unos inconvenientes. La ventaja es que les ha permitido un acceso privilegiado al conocimiento de Dios y su Palabra. Desde la niñez han podido aprender conceptos que pueden no sólo otorgarles la salvación sino hacer que sus vidas sean mucho más ricas, plenas y dignas de ser vividas. Han podido conocer el consejo de Dios que puede librar de multitud de situaciones de dolor y sufrimiento como consecuencia del pecado. Pero también esto tiene unos inconvenientes. El conocimiento sin práctica produce un efecto de inmunización. Estos jóvenes saben pero no viven y por tanto pueden llegar a pensar que el Evangelio realmente no funciona y no sirve para la vida cotidiana. Pueden llegar a pensar que estar en la iglesia es lo mismo que formar parte de la familia de Dios y por tanto no ver o no entender la necesidad de la conversión personal.\n\nEn muchos de estos jóvenes se ha dado o se da una confusión en relación con la experiencia de la conversión. ¿Creen por convicción personal propia o porque han recibido esas creencias de sus padres? ¿Son religiosos o convertidos? ¿Han aceptado a Jesús o han aceptado una ética y una moral? ¿Tienen relación o tienen religión? Para algunos lectores de este artículo estas afirmaciones tal vez pueden carecer de sentido, pero son muy importantes. Demasiado a menudo hemos dado por sentado que todos estos jóvenes eran creyentes simplemente porque estaban allí, los hemos tratado y les hemos exigido conformidad con un estilo de vida que no podían mantener simplemente porque no eran creyentes y a diferencia de sus padres, nunca habían tenido una experiencia personal de salvación porque nunca habían entendido qué es lo que Dios esperaba y exigía de ellos. En definitiva, hemos partido de la premisa de que eran creyentes, en vez de partir de la premisa de que no lo eran.\n\nAnte esta crisis de identidad religiosa, ante esta confusión en relación con su fe y su experiencia personal de conversión, los hijos de creyentes reaccionan de dos formas diferentes: \n\n
- Abandonan la iglesia. Tengo 41 años y son muchos los hombres y mujeres de mi generación que han abandonado el Evangelio. De hecho, me encuentro entre ese escaso número de los que permanecimos fieles. Todos nosotros podemos recordar compañeros, amigos, familiares que hoy no están con nosotros pero que un día estuvieron. Muchos de ellos abandonaron la fe tal vez debido a que conocieron la letra pero nunca tuvieron un encuentro personal con Cristo. Tuvieron religión, no relación.
- Nominalismo evangélico. Esta es la segunda respuesta. El nominalismo no es un fenómeno exclusivamente católico. Muchas personas en nuestras iglesias viven una fe nominal. Una fe caracterizada por la observancia de un mínimo de manifestaciones externas de la fe cristiana y un escaso compromiso con los ideales radicales del Evangelio. Una pequeña minoría mantiene vivas y en funcionamiento la mayoría de nuestras iglesias ante la pasividad y/o indiferencia de una mayoría.