El Dios de mis Padres

No me acuerdo cuando sucedió, pero tengo presente una verdad que antes, estoy seguro no estaba ahí; estoy hablando de la afirmación de mi corazón y mis sentidos, de mi fe y de mi entendimiento. Tal afirmación es que “creo en Dios” y que es un asunto muy personal. Pues ahora así lo es, pero quiero hablar un poco de cómo era antes.\n\nMe acuerdo de la pequeña congregación a la que solíamos asistir, se llamaba templo S…; era pequeña, tal vez unos 8 metros de frente por unos 30 metros de fondo, cabrían unas 200 o tal vez 300 personas, soy malo para los cálculos. Pero sí me acuerdo de ese lugar completamente repleto de gente, algunos con las manos en alto, otros de rodillas, otros llorando, otros, los más, cantando cánticos que todos sabían y que por alguna facultad infantil, yo también había memorizado no sé en que momento. La iglesia estaba pintada de un color crema o amarillo y en la parte baja de la pared, desde el suelo hasta la altura de un metro, estaba pintada de café oscuro con pintura de aceite, supongo que para que se levase con mayor facilidad o para que los pequeños diablillos como yo no tuviéramos éxito rayoneando las paredes y dejar nuestros graffitis a la posteridad.\n\nEl pastor, una persona que hasta el día de hoy respeto, estimo, aprecio y amo, siempre se me figuraba como una imagen paternal, a veces duro, a veces cariñoso y aún tierno, y de vez en cuando, como un tigre o león en el púlpito, desafiando a la congregación a vivir para Dios, a buscar a las almas perdidas y a trabajar a un metro de la puerta del infierno con tal de rescatar a los pecadores.\n\nRecuerdo bien algunas de estas frases, hasta recuerdo a su familia, o por lo menos tengo presente dos de sus hijos varones y dos de sus hijas, su esposa, su automóvil, la manera en que conducía; que por la gracia y misericordia de Dios y a costa de dos o cinco ángeles trabajando horas extras, siempre era seguro andar en su automóvil, aunque rebasara a lo que a mí parecían 1,000 Km/h. Recuerdo la escuela dominical, el maestro Jacobo y uno que otro de los niños, por supuesto, los hijos del pastor, los hijos del hermano Jacobo y una que otra niña.\n\nLas reuniones del domingo eran las que mayores conflictos traían a mi casa, porque mi padre, sin ser cristiano, quería permanecer en la casa, mientras mi mamá nos llevaba muy a menudo a rastras a la iglesia. Para enfrentar tal propósito había unas muy buenas estrategias, con el único fin de no asistir los domingos por la mañana al templo. Estaba la estrategia de “me siento mal”, que básicamente era un argumento de enfermedad, gripe, dolor de estómago, tos, o lo que se me ocurriera primero y que resultara convincente, la otra estrategia que también funcionaba era permanecer con los abuelos, eso era estupendo hasta que eran las 10:00 de la mañana, porque después de desayunar los clásicos huevos con jamón, teníamos que hacer un recorrido por toda la ciudad para cobrarles la renta a los inquilinos. Mi abuelo tenía varias propiedades que había convertido en vecindades y cobraba la renta los domingos y el pasar el fin de semana con él significaba descanso y relajación el sábado en la tarde y recorrer media ciudad el domingo, cosa que era muy pesada y aburrida, a veces hasta me mareaba en el coche, pero al final la recompensa era una suma de dinero por el domingo y un pastelillo de una pastelería francesa muy conocida. Este era el precio a pagar por evitar el domingo en la iglesia.\n\nAhora bien, si podíamos persuadir a mamá de dejarnos en la casa con mi papá, entonces veíamos el fútbol americano toda la mañana y comeríamos en familia a eso de las 2:00 pm cuando mi mamá hubiera regresado de la iglesia. Si había un partido importante, entonces la comida sería todo un acontecimiento, sería muy probablemente pozole en compañía de algunos amigos de mi papá y la tarde se ponía muy amena porque después de algunas cervezas, los adultos contarían animados chistes y creíamos que entonces que el domingo había sido perfecto.\n\nEn ocasiones la iglesia organizaba veladas de toda la noche, que resultaba para mí en solamente una desvelada, interrumpida de tanto en tanto por algún tiempo de juego o plática en compañía de algunos otros niños, no recuerdo si fue en una de esas desveladas que a la salida de la iglesia yo estaba a punto de pelear con uno de los hijos del hermano Jacobo, porque a mí me gustaba una niña, pero ella no me hacía caso y parecía ser amiga de ese usurpador de mi amor platónico. En alguna ocasión a eso de las 6:00 de la mañana caminábamos a casa del hermano Julio después de una noche de grandes victorias para los adultos y de mucho cansancio para nosotros los más jóvenes, parecía que tal visita era en algún sentido algo prometedora, pero no recuerdo que terminara con algún desayuno.\n\nMis amigos, los hijos del hermano Julio, David y Julio, también compartían mi desventura; el mayor consiguió trabajo como ayudante de la barra de un bar, cosa que en algún sentido creí errónea, pero mis convicciones aún no eran profundas. En aquel tiempo era evidente que si conocía a Dios le conocía como el Dios de mi mamá; que de manera especial tenía tratos conmigo pero que no representaba una realidad en mi vida. En algunos momentos era mucho más personal una convicción de su trato y cuidado para conmigo, como el día que me levantó de un lecho de grave enfermedad, temperatura altísima y delirio. Pero si a la edad de 12 años me rehusé a tomar la primera comunión y me sabía los libros de la Biblia de memoria, tales “logros” como un adolescente cristiano se desvanecieron en las juergas, los juegos y las amistades que con palabrotas manifestaban que yo era parte del grupo o de la “banda”. La situación no mejoró en la preparatoria, robar era un juego, burlar al maestro un deporte y ser el más cruel en burlarse de la gente, todo un arte.\n\nPor un tiempo las cosas continuaron así hasta el punto de la desesperación, cuando llegué al hoyo. Me metí en problemas que ya no pude resolver, tuve que dejar la escuela y buscar trabajo porque parecía que ya no habría un futuro para mí, más que el que yo había escogido, tomar mi vida en mis propias manos.\n\nFue entonces cuando Dios me alcanzó, en su misericordia me hizo darme cuenta de mi error y de lo que estaba perdiendo por una serie de malas decisiones y finalmente fui atraído nuevamente a sus brazos. A la vuelta de un año hasta buscaba servirle y es así como dediqué mi vida al ministerio.\n\nPero recordando ese momento, cuando Dios no era mi Dios, sino el Dios de mis padres, para mí realmente era un desconocido, yo no le conocía, era algo así como el amigo de la familia que vive en otra ciudad y que de vez un cuando visita a la familia y que tú reconoces cuando viene, incluso puede traerte un regalo, pero tu relación con él no es más que lo que los demás dicen de él y lo que en un cruzar de palabras logras saber de él.\n\nEl Dios de mi mamá no era mi amigo, aunque me amaba, yo no le conocía como tal. A decir verdad la relación de una amistad lejana era muy parecida a lo que había entre Dios y yo; no lo veía, no le hablaba, y de vez en cuando me visitaba o me hablaba y luego venía otro periodo de ausencia. Una relación de bajo mantenimiento. Sin embargo esta se fue estrechando con el paso del tiempo, ahora es un amigo que vive en la misma ciudad, tal vez en la misma cuadra, pero aún no en la misma casa como mi esposa o mis hijos. A ellos los veo diario, diario hablo con ellos, diario los abrazo, diario los beso y convivo con ellos a diario.\n\nCreo que cuando comienza toda relación de amistad hay una distancia entre los que han de ser amigos, que con el paso del tiempo se va acortando. Hay una gran distancia entre el Dios de mi mamá y mi amigo personal Jesús. ¿Quién está encargado de acortar esta distancia?, ¿Quién está más comprometido con acortar esa distancia?, ¿De quién depende que esa amistad se convierta en algo muy íntimo, hasta el punto de ser un matrimonio? Una cosa es absolutamente cierta, solamente hay dos involucrados aquí Dios y yo, y sé que él dio su vida por mí y ha permanecido fiel en buscarme. Por tanto creo que debo ser yo el que busque una mayor comunión con él para estrechar nuestra amistad.\n\nMe pregunto cuántos de nuestros familiares dicen de Dios: el Dios de mi padre o el Dios de mi madre, para cuántos de nuestros amigos o conocidos Dios es sólo el Dios de mi vecino o el Dios de mi amigo. ¿Puede Dios llegar también a ser su Dios?, ¿Sería posible que de ver mi relación con Dios, ellos desearan imitarla?.\n\n¿Qué sería más trascendental, hablarle a alguien de Dios o que él viera con sus propios ojos que mi relación con Él es real y verdadera?\n\nRecuerdo los días cuando Dios dejó de ser el Dios de mi mamá y vino a ser MI DIOS. Y ahora, sólo dos cosas ocupan mi mente respecto a este tema; ¿Qué hay del Dios de mis padres que me falta conocer? Y ¿cómo ven mis propios hijos al Dios de sus padres?, es decir, ¿cómo ve la siguiente generación al Dios de esta generación?, ¿Qué dirán nuestros hijos del Dios de sus padres?, ¿En qué manera le están conociendo?, o ¿cómo estamos afectando nosotros ese conocimiento?.\n\nTenemos la responsabilidad de dar o dejar algo mejor a nuestros hijos de lo que nuestros padres nos dejaron a nosotros. La siguiente generación se pondrá de pie sobre nuestros hombros y mi oración es que mis hijos alcancen en Dios las cosas que mis padres no alcanzaron. Que mis hijos tengan éxito en Dios, en donde mis padres no pudieron tenerlo. Que mi Dios sea “El Dios de mis hijos”.'
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