Viviendo Bajo la Gracia de Dios (artículo especial)
A pesar de creer en la salvación por gracia, a parte de nuestros méritos, muchos cristianos viven bajo la ley, inseguros de su relación con Dios y tratando día tras día de ganar su amor y aceptación. Este artículo liberador está dedicado a todos aquellos que viven sin experimentar el amor y la aceptación incondicional de Dios en su vida cotidiana. \n\nI.INTRODUCCIÓN\n\nUna de las paradojas que se está dando en el cristianismo contemporáneo es la pérdida del concepto de la gracia de Dios. Un creciente legalismo se está instaurando en nuestras iglesias y comunidades. Un legalismo que lleva a las personas a tratar de ganar cotidianamente el amor y la aceptación de Dios. Un legalismo que nos lleva a pensar, sea de manera consciente o inconsciente, que existen unos mínimos que uno ha de lograr para hacerse merecedor del amor y el favor de Dios. Un legalismo que lleva a muchos creyentes a vivir en culpabilidad y frustración al no poder alcanzar ese ideal que se supone que deben vivir y considerar que la actitud de Dios hacia ellos depende de la consecución del mismo.\n\nEs el propósito de este artículo enfatizar la importancia de la gracia, no única y exclusivamente para nuestra salvación eterna sino también para nuestro vivir cotidiano. Pienso que la Palabra de Dios enseña con toda claridad que no sólo somos salvados por gracia. Es únicamente por gracia que podemos vivir día tras día y mantenernos en la presencia del Señor.\n\n\nII.SALVOS POR GRACIA\n\nPara poder entender y valorar la gracia es básico e imprescindible tener una idea muy clara y realista de cuál es la situación espiritual del ser humano, lo cual, naturalmente, incluye nuestra propia situación.\n\nLa Palabra de Dios es muy poco optimista al abordar la descripción de la situación moral y espiritual del género humano. A diferencia del optimismo que la Ilustración generó sobre la bondad intrínseca del hombre. Los prohombres de la ilustración consideraban que el ser humano nacía bueno por naturaleza. Era la sociedad, la cultura las que lo convertían en malo.\n\nHay dos pasajes claves en el Nuevo Testamento que nos dan una visión totalmente diferente a la descrita anteriormente. El primero de ellos lo encontramos en >Romanos 3:9-18 y 23.\n\nEn este pasaje se nos dice que no hay ni siquiera una persona que busque el bien. No hay justo ni tan solo uno. Es decir no hay nadie con la suficiente talla moral para poderse presentar y ser declaro como justo, carente de falta, por Dios. Pablo sigue su descripción afirmando que no hay quien tenga entendimiento o busque a Dios. Cada cual, continúa, busca su propio camino, va a su propio aire. Todos nos hemos pervertido. El apóstol termina su descripción con la rotunda afirmación que todos, absolutamente todos, hemos pecado y como consecuencia estamos alejados de la presencia salvadora de Dios.\n\nEl siguiente pasaje lo encontramos en otra de las epístolas de Pablo, concretamente en Efesios 2:1-5.\n\nLa descripción que de la humanidad se hace en este pasaje no es más halagüeña. Se nos describe como muertos espiritualmente a causa de nuestros delitos y pecados. Se indica que estamos, ni más ni menos que bajo el control de Satanás. Vivimos siguiendo nuestros propios deseos y, con demasiada frecuencia, siguiendo los impulsos de nuestra naturaleza pecadora. El apóstol dice que somos, con toda razón y justicia, merecedores de la ira y del castigo de Dios. Además nos describe de una forma penosa y triste como gente sin esperanza y sin Dios.\n\nHay otros pasajes que inciden en la visión pesimista de la condición humana. No los voy a tratar. De hecho, la finalidad no es hablar acerca de la maldad sino de la gracia. Sin embargo, es necesario entender nuestra real condición ante el Señor para poder valorar adecuadamente su gracia y amor incondicional hacia nosotros.\n\nEl problema con demasiada frecuencia es que el ser humano no se ve a sí mismo como tan malo ni en tan mala condición. Esto es debido de forma fundamental a tres razones:\n\nEn primer lugar, acostumbramos a funcionar por comparación. Es decir, nos comparamos con otros y el resultado no nos parece tan malo. Naturalmente este dependerá de con quién nos comparemos. Pero nuestra tendencia normal y natural es hacerlo con aquellos que harán que la comparación sea beneficiosa para nosotros. \n\nEn una ocasión conversaba con uno de los jóvenes de mi iglesia y le pregunté sobre sus resultados académicos en la secundaria. Me comentó que había suspendido cinco asignaturas o materias. Cuando le hice notar que aquellos resultados eran francamente malos me respondió que no era para tanto. Muchos de sus compañeros de clase habían suspendido siete u ocho materias, por tanto, cinco no estaba tan mal. Es cierto, comparado con el que ha suspendido ocho, no está tan mal. Sin embargo, este joven olvidó mencionar a todos los alumnos que habían aprobado todas las materias o tan sólo habían suspendido una o dos.\n\nMi punto es que nuestra tendencia humana para protegernos es buscar comparaciones favorables. Es lógico. Si yo me comparo con Adolfo Hitler probablemente merezco ser llevado a los altares a causa de mi bondad. Pero, si me comparo con Teresa de Calcuta, una persona que había consagrado toda su vida al servicio a Dios y los pobres, tal vez la comparación no resultará excesivamente positiva o benigna para mí.\n\nUna segunda razón es que como dice muy bien el refrán las apariencias engañan. ¿Qué pretendo afirmar con esto? Muy sencillo, no es totalmente imposible conocer el interior del ser humano. La Biblia con su habitual sabiduría ya nos indica que el corazón del ser humano es totalmente engañoso.\n\nCon demasiada frecuencia no conocemos sino tan sólo algunas de las facetas de la vida de las personas. Podemos tener amigos que en la relación que mantienen con nosotros sea maravillosos, sin embargo, si preguntáramos a su esposa y a sus hijos tendríamos una visión diferente. Un buen diácono de la iglesia puede ser un explotador en su negocio. \n\nEn otras ocasiones nos faltan las oportunidades adecuadas para poder pecar. Jesús afirmó que desear a una mujer en nuestro corazón es lo mismo que adulterar con ella. Ahora bien, es más respetable porque nadie lo ve. Hay personas que no roban no porque sean honestas, sino más bien por el miedo a las consecuencias que de ello se podría derivar. Hay quien no mata por miedo a la policía. Pensemos por un momento ¿Qué sucedería si pudiéramos llevar a cabo nuestros más sucios deseos con total impunidad? ¿Cuánta gente robaría, mataría, estafaría, adulteraría si se le pudiera garantizar un total anonimato y absoluta impunidad? Mucha bondad es tan sólo maldad reprimida por el miedo a las consecuencias.\n\nEs por esto que en la Biblia se nos indica que el Señor juzga según verdad (Romanos 2:2). Es decir, Dios juzga el interior, el ser real, la intimidad, no únicamente las acciones o las apariencias como a menudo es nuestro caso. Por eso también la Biblia afirma que la Palabra del Señor es eficaz analizando las intenciones del corazón (Hebreos 4:12)\n\nUna tercera razón es que nosotros marcamos la normal de aceptabilidad moral. Este punto está íntimamente relacionado con el primero. Imaginemos por un momento que hay que viajar desde la costa atlántica de España hasta Brasil. Hay algunos atletas increíblemente preparados que son capaces de nadar hasta trescientos kilómetros. Algunos de los lectores tal vez pueden nadar uno o dos kilómetros. En la inmensa mayoría de los casos una piscina de 50 metros puede ser nuestro límite.\n\nPensemos por un momento. El mejor atleta sería 300 veces mejor que la mayoría de nosotros. Podría nadar 300 veces más distancia que nosotros. Al compararnos con él es normal sentirnos frustrados y desanimados. Ahora bien, pongamos las cosas en la perspectiva correcta. Considerando que la distancia total a nadar supera fácilmente los 5000 kilómetros, tanto el mejor como el peor se quedan muy lejos de la meta deseada ¿no creéis?\n\nLo mismo sucede con Dios. El mejor de nosotros y el peor de nosotros, ambos están muy lejos del ideal de santidad de Dios. Porque precisamente es el Señor quien marca y decide cuál es la talla que se debe de dar para aprobar y, naturalmente, como todos sabemos ninguno de nosotros la da.\n\nLo único que todos nosotros merecemos es la muerte. Lo que merecemos, lo que nos hemos buscado con nuestro estilo de vida. Es imposible para nosotros dar la talla moral que Dios exige para declararnos justos. Simplemente porque Él mismo es el modelo.\n\nEs aquí precisamente donde entra en juego la gracia de Dios. Es increíble pero totalmente cierto. Aquel que única y exclusivamente merecía la muerte, no sólo no se le castiga sino que se le perdona, restaura y eleva a la condición de hijo de Dios y heredero juntamente con Cristo ¿Alguien en su sano juicio puede entender esto? ¿Tiene algún sentido común?\n\nTodo esto es debido a que Dios ha decidido tratarnos con amor, aceptación, bondad y misericordia cuando lo que merecíamos era totalmente lo contrario. Precisamente la gracia es eso, tratar a uno de forma totalmente contraria a como se merece.\n\nCuentan una anécdota atribuida a la época del emperador francés Napoleón. La madre de un joven oficial se acercó pidiendo a Napoleón el perdón para su hijo que había sido condenado a muerte por traición. Ante los lloros de aquella mujer el gobernante respondió que su hijo era culpable de traición. La madre continuó insistiendo y el emperador le respondió que perdonarlo no sería justo. Ante esta respuesta la desesperada madre respondió: Majestad, no pido justicia, estoy pidiendo gracia. Me parece que sobran todas las palabras.\n\nPorque gracia es ser tratado como uno no merece es únicamente cuando somos conscientes de nuestra pésima condición moral cuando estamos en condiciones de valorar en toda su dimensión y plenitud la gracia de Dios. Esta ha sido a lo largo de la historia la experiencia de muchas personas.\n\nEl propio Jesús afirmó que a quien mucho se le ha perdonado mucho ama. Esa fue la experiencia del apóstol Pablo con la gracia. No en vano recibe el nombre del apóstol de la gracia. Él había sido un perseguidor de la iglesia. Responsable de la muerte de creyentes. Él era muy consciente de no merecer en absoluto el amor y el perdón de Dios, mucho menos el apostolado. Esta fue la experiencia del publicano que de rodillas y humillado oraba delante de Dios y, que según Jesús, volvió a casa justificado.\n\nFue la experiencia de la gracia en la vida del atormentado monje agustino Martín Lucero la que le llevó a iniciar la Reforma protestante, de la que en un sentido u otro nosotros somos un fruto. Es la misma experiencia del autor del conocido himno “sublime gracia”. Un antiguo traficante de esclavos que hizo su fortuna con el dolor y la muerte de muchos seres humanos. Tiene todo el sentido que tras su conversión escribiera un himno tan maravilloso.\n\n\nIII.VIVIENDO CADA DÍA BAJO LA GRACIA DE DIOS\n\nNo es difícil para nosotros aceptar la salvación por gracia. Es una enseñanza clara de la Escritura (Efesios 2:6-10) y uno de los pilares del mundo evangélico y protestante. Ahora bien ¿Aceptamos con tanta facilidad el vivir día tras día en la gracia del Señor?\n\nDoy por sentado que todos los que estáis leyendo este artículo sois personas convertidas, nacidas de nuevo. Personas que en un momento u otro de vuestra vida experimentasteis la gracia de Dios. Pero ¿Cómo te ve Dios en este momento?\n\n¿Esta el Señor satisfecho con tu vida? ¿Te continúa amando Dios a pesar de la manera en que vives, a pesar de tus fracasos, incoherencias, inconsistencias y pecados? Piensa en tu fuero interno ¿Te puede aceptar Dios tal y como eres en estos momentos? ¿Eres digno de recibir las bendiciones del Señor? ¿Te sientes culpable e inseguro delante de tu Dios? ¿Vives intentando ganar cada día su amor? ¿Piensas que el Señor te retira su amor cada vez que fallas? Por último ¿A quién ama más el Señor, a mí que soy pastor, he llevado muchas personas a Cristo, discípulo, escribo libros, doy charlas y conferencias en muchos países, aconsejo a otros, o a ti? ¿Cuál de los dos es más aceptable y digno delante de Dios?\n\nLas respuestas a estas preguntas son tremendamente importantes. Mi experiencia pastoral de muchos años, no sólo entre jóvenes, sino entre adultos también me ha llevado a constatar la triste realidad de que muchos cristianos viven por obras a pesar de haber sido salvados por medio de la fe.\n\nEstos hermanos en Cristo consideran que su comportamiento es el que condiciona el amor y la aceptación por parte del Señor. Dicho de otro modo, si dan la talla, son amados. Sino la dan, son rechazados. Estos cristianos viven esforzándose por ser aceptables a los ojos de Dios, por tratar de ganar su amor, su benevolencia. Viven de forma constante tratando de ganar la aprobación por parte del Señor, y si no pueden lograrlo, al menos intentar evitar su ira, su enfado e incluso su castigo o maldición. \n\nDebido a encontrarse en una posición insegura delante de Dios establecen con Él una relación que podríamos llamar “comercial”. Tratan de vivir de una manera determinada para poder conseguir ciertas bendiciones de Dios. Se plantean la relación con el Señor sobre la base de la negociación, ellos han de hacer algo para que el Señor haga algo por ellos. Consideran que la actuación de Dios hacia ellos o incluso sus familias estará condicionada por la forma en que actúen. \n\nMuchos tratan de vivir de tal manera que, por decirlo de forma coloquial, les permita ganar puntos y con ellos negociar con Dios. Olvidan que como muy bien dice el apóstol Pablo, al que obra el salario que se le concede no es una gracia. Es un derecho. Si trabajo durante todo el mes y al final no recibo mi paga eso es una injusticia. Ahora bien, si no he trabajado y a pesar de no merecerlo recibo mi salario, eso es gracia. Si tratamos de ganar el favor de Dios ya no funcionamos bajo la gracia, estamos funcionando bajo las obras de la ley. \n\nCuando los creyentes operan bajo las obras sufren ciertas consecuencias:
- La primera de ellas es inseguridad en su relación con Dios. Al depender la aceptación y el amor de Dios de su comportamiento y estilo de vida, estos se convierten en condicionales y nuestra relación con Él insegura. No sabemos si estaremos dando la talla y cubriendo las expectativas de Dios. Su favor hacia nosotros podría cambiar en cualquier momento a causa de nuestros fallos conscientes o inconscientes.
- Otra consecuencia es el legalismo. El legalismo consiste en hacer las cosas correctas con la motivación incorrecta. El legalismo nos lleva a actuar no como resultado de nuestro amor por Dios sino de nuestro miedo hacia Él. El legalismo nos puede llevar a hacer las cosas por nuestro propio interés, sea el de conseguir las bendiciones del Señor o evitar sus castigos. El legalismo vicia nuestra relación con Jesús y nos convierte en jueces de los demás.
- Una tercera consecuencia es la decepción hacia Dios. Recordemos la parábola de los obreros que fueron reclutados para trabajar en la viña. Lo fueron a distintas horas del día, sin embargo, todos recibieron la misma paga. La decepción de los que fueron contratados a primera hora fue notable. Ellos esperaban más. Consideraban que merecían más que los otros ya que en su opinión habían hecho más y, por tanto, el dueño de la viña les era deudor. Lo mismo pasa con ciertos cristianos. Consideran que como han obrado el Señor está en deuda con ellos, les debe algo. Tal vez no lo reconozcan a nivel consciente, pero en su inconsciente tienen dicha expectativa. Por eso, cuando las cosas no suceden cómo ellos esperaban, o las bendiciones no vienen, no lo entienden y se decepcionan con el Señor. Su problema consistía en no entender que Dios no debe nada a nadie porque nadie merece nada de Él.
- Una última consecuencia es el desánimo. Hay cristianos que tristemente se desaniman e incluso tiran la toalla porque llegan a la conclusión de que por más que se esfuercen es imposible agradar a Dios, tratar de contentarlo y que Él se muestre propicio con ellos.